¿Por qué no aprendemos de lo malo?
Las teorías psicológicas basadas en el aprendizaje
presuponen, a consecuencia de esto, que, el ser humano, es capaz de aprender de
sus experiencias negativas y, por tanto, de no repetirlas en sus conductas cotidianas
diarias. Por ejemplo, el amable lector habrá observado las campañas antitabaco
en las que, en las cajetillas, se incluyen toda clase de fotografías bastante
horribles referidas a las consecuencias de una continua acción de fumar. Lo que
se pretende, como se deduce de lo expuesto anteriormente, es que el ciudadano
aprenda de esas consecuencias negativas y, en consecuencia, abandone ese hábito
nocivo. También habrás podido observar los anuncios de Tráfico en los que, para
evitar conductas de riesgo al conducir, se ofrecen imágenes de personas en
sillas de ruedas debido a accidentes ocasionados por estas conductas
imprudentes. Pero la pregunta que nos surge a todos es... ¿funciona? ¿Las
personas dejamos de fumar o de conducir arriesgadamente al ver las
consecuencias negativas de esas conductas? La respuesta es obvia, clara y
contundente: ¡en absoluto! ¿Qué es lo que ocurre entonces?
Sigmund Freud, al final de su vida y de su obra, se dio
cuenta de que, el ser humano, es capaz de tener conductas muy de riesgo, y a
pesar de ser consciente de las consecuencias que podrían acarrearle, y
continuar practicándolas. Habló, Freud, entonces de que el hombre tiende al
placer pero también al displacer; que hay una pulsión de vida, pero también una
pulsión de muerte. Más tarde, Jacques Lacan, hablaría del goce, en el que el
placer y el displacer estarían en una misma línea, en una dimensión o continuo,
y no serían dos cosas contradictorias. Por ejemplo, si empezamos a rascarnos
sentiremos placer pero, si continuamos haciéndolo sin parar, empezaremos a
sentir mezcla de placer y dolor, y al final sentiremos dolor pero,
inevitablemente, continuaríamos haciéndolo. Esto ocurre en la práctica clínica
diaria: adicciones en las que la persona no sabe ni puede controlarse; y en
muchos tipos de neurosis en los que la persona vive instalada en la queja y en
el sufrimiento (quien no ha tenido una vecina así) y ya le puedes decir lo que
sea que seguirá quejándose. Hay un evidente goce en la queja.
No es momento de profundizar en este pequeño texto, pero sí
de incitar al lector a informarse, si es su deseo, sobre esta importantísima cuestión
que está aparejada a una concepción del ser humano que nos ve más en la
complejidad y subjetividad que verdaderamente nos conforma.
¡Un abrazo!
Manuel Noriega B.
Psicólogo y Psicoanalista